
Tras una larga semana de curro infernal por fin llego el fin de semana, todo empieza igual que siempre en el Campa, donde los camareros ya no preguntan lo que vamos a tomar, simplemente nos ponen lo nuestro. Nos hacemos con una mesa y empieza la vorágine de copas, ¡vamos a acabar esa botella de Matusalem!. Unas risas, cantamos e increpamos, incluso estreno la nueva cámara de mi móvil, aunque le falta resolución y el flash para sacar ciertas fotos. Luego llega lo inevitable la partida, acudimos como becerros a los bares de pachanga nos gusta la música, e incluso hacemos peticiones al DJ (esa de tengo la pirula negra) la cerveza no falta y nos vamos aproximando a el bar de Erasmus, donde tras demostrar mi avanzado dominio del ingles consigo embaucar a una pobre sueca. Sus amigas no lo ponen fácil y mi absoluta sobriedad tampoco, pero todo acaba, llega el sol y el sueño hay que huir a casa, y mañana otra vez de vuelta a la estulticia.